La Feria por dentro:
una ceremonia que se repite todos los domingos. Los turistas,
según los puesteros y la tradicional "Semana de Buenos Aires",
que, en noviembre, estará acompañada por números y disfraces.
Temprano a la mañana, cada domingo desde 1970, una curiosa ceremonia se repite en el escenario de la
Plaza Dorrego: baúles, cajas, hierros, tablas, canastos, se
superponen en un repiqueteo que asombra a los noctámbulos que
alargan la noche con un café de última hora, y a los
madrugadores que comienzan el día. A esa hora, la Feria de Cosas
Viejas y Antigüedades de San Pedro Telmo comienza a tomar forma,
se construye sobre el adoquinado de la plaza y repite un ritual
que se ha convertido en el corazón de un barrio que los domingos
late de una manera especial.
Sin embargo, formar parte de la ceremonia no es
sencillo. Tener uno de los 270 puestos de la Feria de San Telmo
es difícil, casi exclusivo y sólo es una posibilidad que se les
da a quienes cumplen con una serie de requisitos: se entra por
riguroso sorteo a medida que van quedando los puesto libres y se
debe disponer de mercadería anterior a los años 70', no se puede
dejar el puesto, el titular tiene que estar siempre y sólo puede
tener a un ayudante durante dos horas, son algunos de los
compromisos que asumen los puesteros y que, afirman, se respetan
a rajatabla. Además, cada tres meses se realiza un sorteo para
cambio del lugar que ocupa cada puesto en la plaza. La
organización está a cargo del Museo de la Ciudad, creador y
continuador de la Feria.
La Feria recibe
cerca de 20 mil visitantes por domingo, entre los cuales, un
alto porcentaje está compuesto por turistas de todo el mundo.
Con el correr de los años, los puesteros han logrado desarrollar
una verdadera clasificación de turistas, según el perfil de sus
compras: así, en vez de fijarse quiénes compran, los feriantes
pueden establecer de dónde es un turista, sólo con ver qué
compra. Los franceses, elegantes por naturaleza, prefieren la
bijou o los vidrios; los brasileños, - alegres y llamativos - se
inclinan por los metales y objetos de colores; los italianos,
las joyas antiguas y, los españoles, fieles a su pasado, eligen
los mantones, los abanicos y las pinturas, traídas al país por
sus propios abuelos.
Otra clasificación, más tajante, divide a los visitantes entre
"compradores" y "curiosos". Los primeros, suelen saber qué
buscan: visitan la Feria por la mañana o por la tarde después de
comparar precios y evaluar la compra. En el medio, los curiosos
pasean durante la mañana y la tarde, aunque, al mediodía, paran
para almorzar y se trasladan a algunos de los tantos
restaurantes de los alrededores. A partir de las 16, llegan los
porteños y, según se dice, preguntan mucho, pero compran poco.
Notas publicadas sobre la feria
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